El caníbal del ciclismo

Hubo una época donde no tenía rival, donde saboreaba las mieles de la victoria con una facilidad pasmosa. Eddy Merckx era ambicioso, siempre quería más. Así se ganó su apodo. El Caníbal. No hace falta añadir mucho más a una designación así. Por palmarés, no hay duda de que es el mejor ciclista de todos los tiempos. Sus condiciones y la superioridad que mostraba cuando el asfalto empezaba a elevar su pendiente, lo rubrican. Era ambición, codicia, deseo de humillar a sus rivales, de superarse a sí mismo. Él era su máximo rival. Un auténtico caníbal de la carretera.

Desde bien pronto decidió que los estudios no eran lo suyo. Aún a riesgo de alguna que otra rencilla familiar. Merckx tenía muy claro lo que quería ser desde que a los ocho años le regalaron su primera bicicleta. No tardó mucho en darse cuenta del verdadero talento sobre las dos ruedas que poseía. Fue en su primera carrera, con tan solo dieciséis años. Venció con una facilidad insultante. El salto al profesionalismo era una obligación. Los aficionados que copaban las cunetas al paso del pelotón tenían derecho a disfrutar de ese joven belga cuyo nombre comenzaba a sonar con fuerza en el mundo de la bicicleta. Su triunfo en el campeonato del mundo aficionado aceleró los acontecimientos. Estaba preparado para su siguiente etapa.

Su primer curso ya se marcó un gran objetivo: el Campeonato de Bélgica. Terminó segundo. Las lágrimas de rabia una vez finalizada la prueba demuestran su carácter ganador. A Merckx no le valía no ganar. A Merckx no le bastaba con subirse al pódium. El Caníbal era competición. Su gran pedalada debía ganar siempre. Y no tardó mucho en demostrarlo. En 1966, con veinte tiernos años, ganó su primera gran clásica: la Milán-San Remo. Al siguiente año repetiría triunfo en la clásica y debutaría en una gran ronda por etapas: el Giro de Italia. En las carreteras transalpinas empezó a forjar su leyenda. En su primera participación ganó dos etapas y se mostró al mundo del ciclismo. Eddy Merckx había llegado para quedarse. Más aún, cuando a finales de ese mismo año se proclamó campeón del mundo en ruta.

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El Caníbal siguió quemando etapas a una velocidad fulgurante. Corría 1968 cuando ganó su primera gran carrera por etapas. Su victoria en las Tres Cimas de Lavadero quedó para los anales del ciclismo mundial. Fue su primera gran exhibición en una gran carrera que terminaría ganando ese año con dos etapas más. Eddy Merckx era ya una realidad latente. Dominaba todas las especialidades, competía por igual en clásicas que en grandes vueltas. Era un todoterreno decidido a llevarse todo por delante. Y su próxima meta, era el Tour de Francia.

Y a punto estuvo de no disputar la ronda gala debido a una sanción por dar positivo durante el Giro de ese mismo año. Eddy ya era una figura en su país e incluso su propio gobierno le respaldó en su discurso de inocencia. Finalmente, tras uno de los momentos más turbios de su carrera, pudo disputar el Tour de Francia y hablar en la carretera. Más bien dejar boquiabiertos a todos los que disfrutaron de Eddy y su solvencia aquel verano de 1969. El Caníbal hizo honor a su nombre más que nunca y devoró a sus rivales. Ganó seis etapas, la clasificación de la montaña y de la regularidad amén, obviamente, de la clasificación general. Entre medias, casi dieciocho minutos de ventaja sobre el segundo, Roger Pingeon. La mayor diferencia desde que en 1952 un tal Fausto Coppi ganará la carrera francesa. Palabras mayores.

Era el comienzo de un idilio que aún dura hasta nuestros días. Merckx y el Tour. El Tour y Merckx. Ganó cuatro ediciones seguidas, dejó a Ocaña ganar en 1973 y volvió a llegar de amarillo a París un año después. Gimondi, Goodefroot, Zoetemelk, todos quedaban a la sombra de Eddy. Únicamente Luis Ocaña estuvo a su altura. De hecho, solamente una caída bajando el Col de Mente que envió a Ocaña al hospital hizo que el ciclista español no derrotara al belga en la edición de 1971. Por si fuera poco, tenía la suerte del campeón.

Dicen que una retirada a tiempo es una victoria. Eddy Merckx lo tuvo claro desde el primer instante en que se vio vulnerable. Fue después de quedar en segunda posición del Tour de 1975 tras el francés Thevenet. Tras muchos años, la fortaleza belga empezaba a mostrar síntomas de debilidad. Eddy siguió corriendo tres años más ampliando el palmarés más laureado de la historia del ciclismo. Pero era duro para él. Ya no podía competir en las grandes vueltas de igual a igual. Él lo sabía. Sufría por ello. Su llama se iba apagando poco a poco hasta que se disipó en la infinidad de la carretera. Se había convertido en leyenda del ciclismo. Y por mucho más que cinco rondas galas, otros tantos Giros, una vuelta a España o siete Milán-San Remo entre otros muchos galardones. El Caníbal marcó una época. Aún hoy la marca. Y la seguirá marcando. Por algo es considerado como el mejor ciclista de todos los tiempos.

@Adrimariscal

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